BRILLO

EDEN DE MIA HANSEN-LOVE.

En las películas de Mia Hansen-Love se habla bajito y se dramatiza poco. Su “sistema” parece ser el de husmear la realidad y presentarla con pocos filtros obvios. Uno podría llamar al suyo “realismo asordinado” y es por eso que resulta un poco rara la elección temática de EDEN, su más reciente película.


Asistimos al ascenso y caída de un disk jockey francés, que se pierde en un valle de cocaína y deudas. Pero la película aplana su parábola dramática. Al final del recorrido, comprendemos que ni su esplendor fue tan brillante ni su decadencia tan desastrosa. Es un artista reconocido, sí, pero nunca una estrella. Y tras varias décadas a la deriva, se aleja de la música, sin abandonarla del todo, para abrazar un futuro más banal y estable, menos fiestero y romántico.


Quizás la estructura de la película sea una consecuencia de sus raíces autobiográficas: el personaje de Paul, el disk jockey, está basado en Sven Hansen-Løve, el guionista de Edén y hermano de la directora, Mia. Ambos nos dan un tour histórico del house francés, género de música electrónica que floreció en los 80s y 90s. No resultó nada fácil conseguir los derechos para las pistas. Pero el proyecto llegó a buen puerto cuando Daft Punk se sumó por apenas 3 mil euros. Los demás artistas pretendidos no quisieron ser menos, especialmente tratándose de un homenaje a su generación, y así Eden adquirió su formidable banda sonora.


La vida de Paul no es épica porque tampoco lo fue la de su creador y modelo, Sven Hansen-Love. Ni siquiera sus novias le agregan glamour al asunto. Corta con ellas como lo haría cualquier otro veinteañero. Ni cumbres borrascosas ni pasiones descontroladas. Por eso le prestamos más atención al entorno, al momento histórico que envuelve al protagonista, a la sucesión de boliches, recitales, amigos, noches parisinas y tardes neoyorquinas. Es cierto que el periplo a veces aburre. Pero así son las madrugadas de Paul: tediosas e interminables; oníricas e intangibles. Siempre está y no está donde sea que esté. Vive como humo empujado por el viento. Todo le pasa de largo: los años, las mujeres, las ciudades. No se puede aferrar a nada. De ahí saca inspiración para su arte, que encadena sonidos en un flujo hipnótico que dibuja variaciones sobre un fondo repetitivo.


Entre otras cosas, uno podría decir que EDEN es una película sobre los artistas de “segunda línea” (al menos en lo comercial) que tienen algún momento de gloria, su grupito de fans, su pequeño éxito pero que sus logros artísticos no los llevan a vivir vidas glamorosas ni mucho menos. En su caso es especialmente así, ya que además de la brevedad de su fama hay que contar el dinero que se le va en su consumo de cocaína y en traer especialmente de Estados Unidos a cantantes soul para que interpreten en vivo sus éxitos (el disco francés en su versión “garage” suele tener voces negras), lo cual no siempre se convierte en una gran inversión.


“Es su película más ambiciosa, un proyecto íntimo, muy personal; por primera vez va a abordar una época histórica precisa, con todos los desafíos de reconstrucción que eso implica. Mia alcanza acá otra dimensión”, nos decía Charles Gillibert, productor de Eden, sobre el nuevo proyecto de Mia Hansen-Løve, durante el rodaje del film en Nueva York, donde se realizaban algunas de las escenas de su nueva película: una historia de amor, juventud y música inscrita en un movimiento musical particular que marcó los años 90-2000. Se trata de una apuesta muy arriesgada, porque ningún cineasta se había propuesto contar ese momento de la historia de la música francesa, en el que emerge una nueva ola de DJ y de compositores que formarían lo que ahora llamamos el “French Touch”. Una generación que contaba entre sus filas con un tal Sven Hansen-Løve, el hermano de la directora, siete años mayor que ella. Él estaba en la escuela cuando descubrió la house de Chicago y su versión garage, una mezcla de cantos góspel y ritmos electrónicos que decidió difundir en Francia. Se volvió DJ, y luego promotor, junto con sus amigos, de las fiestas Cheers, que monopolizaban la noche parisina hacia fines de los años noventa; se relacionó con todos los grandes de la movida, conoció la gloria, los excesos, la embriaguez de la noche, luego la caída, inevitable a medida que el garaje pasaba de moda. Lanzó su sello en el momento en que la industria del disco se desplomaba, vio a algunos de sus amigos morir por culpa de las drogas y atravesó una violenta angustia amorosa. Eden es su historia.


“Tras años de encarar la producción de la película, Mia me habló de su intención de contar esa época”, explica Sven Hansen-Løve. “Yo empezaba a alejarme de la música, mi sello estaba en quiebra y había perdido la fe. Escribir la película con ella fue una manera de terminar de dar vuelta la página, de dedicarme a lo que realmente quería: la literatura.”


Un deseo de ruptura compartido por su hermana, quien tenía la sensación de estar encerrada en un ciclo con sus tres primeras películas: Todo está perdonado, El padre de mis hijos y Primer amor. “Quería romper con cierto tipo de emoción, con el tema del duelo que estaba en el centro de mis películas anteriores”, cuenta la cineasta. “Aunque la idea de pérdida esté en Eden, el relato es llevado por una energía y una euforia nuevas. Sentía que necesitaba abordar este otro aspecto de mi juventud, más luminoso, más relacionado con las fiestas de Sven que yo frecuentaba mucho. Hay algo en esa generación que me fascina: una candidez, una forma de vivir por completo la fiesta, de no anticiparse a nada, una inocencia que me parece que hoy está un poco perdida. Era una forma de utopía, aunque anunciaba la melancolía que vendría después, ya que esa forma de relacionarse con la vida no podría sostenerse durante mucho tiempo.”


Los hermanos se reunieron para escribir el guión, mezclando sus recuerdos con la ficción. Inventaron a un personaje –Paul, álter ego de Sven–, cuyas aventuras seguimos desde mediados de los años noventa hasta hoy, de París a Nueva York, en un fresco novelesco atravesado por los grandes nombres de esta generación: los muchachos de las fiestas Respect, en el club Queen, los chicos de un Daft Punk naciente o incluso David Blot y Mathias Cousin, autores de la historieta Le Chant de la Machine. Con todo esto hicieron una película sobre bandas con sus amistades, sus rivalidades y los fracasos sentimentales. “No me fijé ningún límite en la escritura, ni en mi relación con las mujeres, ni con la drogas o nuestros excesos. La idea era no caer en la idealización ni en la nostalgia, sino captar las emociones de una época”, describe Sven.


Esa época tenía su banda sonora, house y garage, que los autores intentaron integrar desde el comienzo al centro del relato. “Las canciones son el hilo conductor de la película, con sus subidas y bajadas. Cuanto más lo pienso, más tengo la sensación de hacer una comedia musical”, dice Mia Hansen-Løve, quien contó con los contactos de Sven para obtener los derechos musicales: desde Daft Punk –quienes cedieron tres canciones “por una suma simbólica”– hasta Sueño Latino, pasando por Terry Hunter, un DJ de culto de Chicago a quien la cineasta le propuso hacer de sí mismo. “Tuve mil propuestas para hacer películas sobre este tema, pero Sven era realmente el tipo adecuado. Tiene tanta pasión por la música, y además, vivió el interior de esa época loca, en la que los DJ eran adulados como estrellas de rock. ¿Cómo podía rechazar eso?”, nos dice el propio Terry Hunter.


De la escritura a la preparación, todo fue muy rápido para la cineasta. Hasta que los problemas empezaron, esos “dos años infernales”, como ella los llama. Dos años durante los cuales se chocó contra la rigidez de las instituciones, por tratarse de algo demasiado largo, demasiado costoso, demasiado generacional: el proyecto Eden asustaba a todo el mundo. “Fue un momento complicado, había que hacer sacrificios permanentemente. Tuve que cortar la película, que al principio duraba cuatro horas, renunciar a rodar en fílmico, abandonar lugares de rodaje para ajustarme a un presupuesto de 4 millones de euros. Pero a partir del momento en que nos dieron luz verde, entré en un estado de euforia: había visto morir tantas veces la película que tenía aún más energía”, cuenta Mia.


La directora reunió a jóvenes actores poco conocidos, que constituyen la banda cercana al personaje principal, a la que se le sumará una constelación de papeles secundarios, entre los que aparecen Vincent Lacoste, Laura Smet y Greta Gerwig. “Interpretamos a tres mujeres que en distintas épocas pasaron por la vida de Paul y tuvieron un papel en su recorrido sentimental”, cuenta Laura Smet, quien se considera sensible frente a la dimensión autobiográfica del guión. “Me emocionaba mucho la historia de una persona a quien el éxito desmoronó, y la idea de que su hermana le rindiera homenaje años más tarde. Mientras filmábamos en el antiguo estudio de Sven, con sus viejos vinilos, y el decorado reconstruido, podíamos palpar el vértigo entre lo real, la historia de Sven y la ficción.”


Reencontrar los lugares originales, buscar indicios de una época, fue uno de los deseos de Mia Hansen-Løve, quien defiende su gusto por el realismo: “En todas mis películas me mantengo en esa forma de verdad, en el cuidado de los detalles, de la cotidianeidad. Para mí, ahí está lo poético”. Sven, por su parte, cierra un círculo que, a pesar de una sensación de sueño cumplido, lo lleva a reflexionar con un dejo de melancolía en sus palabras: “Me acuerdo de la despreocupación de esos años, en los que no teníamos angustias, obligaciones, donde el tiempo avanzaba a una velocidad loca. Y me pregunto hoy cómo pude hacerme tan pocas preguntas…”.